Como si en realidad nos mereciéramos algo. Como si hubiera una gran deidad, juez y justicia de todos y cada uno de los humanos, que le diera a cada quien lo que se merece, o lo que considera que se merece. No, mil veces no. Los merecimientos son simplemente una idea, porque no hay dioses que evalúen nada, y por lo mismo, que le den a nadie lo que se merece, o lo que cree merecerse. Creer en merecimientos es creer en absolutos y seguir anclados en un Bien y un Mal en mayúsculas, como cuando éramos niños y un ser superior nos premiaba o castigaba por nuestros comportamientos (que le convenían o no a él). Por eso, solo nos queda tomar, hacer, buscar, caminar nuestro propio camino, y en tal caso, decir un día, muy al final, que nos merecimos nuestro propio aplauso por haber sido consecuentes con nuestros códigos. Nada más.
Porque puestos a ser crudos y veraces, cuando vamos por la vida creyendo en merecimientos, todos tenemos el derecho de creer merecer más de lo que tenemos. O de lo que nos dan. Un mejor amor, una casa con patio, un salario más alto, reconocimientos por doquier, ascensos, venias y alabanzas. Y no, de nuevo mil veces no. Nadie va a darnos nada si no lo tomamos, si no lo luchamos, empezando porque nadie posee tanta sabiduría como para determinar qué se merece este, y qué aquél y qué el de más allá, y menos, para tener en una bolsa infinita los supuestos merecimientos que le va a dar a cada quien. Nuestro amor es el amor que buscamos, o que conseguimos, no el que idealizamos, y menos, el que merecíamos. Nuestra vida es la vida que vivimos, plagada de errores y de algún acierto, la que forjamos, no la que creemos merecer.
Y así podemos seguir con nuestra interminable lista de demandas y merecimientos y unirnos a la “cofradía del santo reproche”, como decía Sabina, porque no nos dieron lo que merecíamos, pero con eso no vamos a conseguir nada. Solo llorar y seguir llorando, y provocar una efímera y lastimera lástima de alguien que también lloró porque la vida fue injusta, y con él y unos cuantos más, fundar un club de víctimas para seguir lamentándose, y pedir y pedir y seguir pidiendo en lugar de tomar. Que es triste, doloroso, pesado, difícil y demás, sí, pero si lo vemos bien, si somos capaces de verlo bien, también es liberador: si no hay quien satisfaga los merecimientos del mundo y su gente, el juego y todos los juegos se abrirán, y los farsantes que desde los tiempos de los tiempos han prometido darle a cada uno lo que se merece, perderán su ilusorio poder.
Por: Fernando Araújo Vélez
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